Tras
graduarse en 1892 de la escuela Royal National Mission to Deep Sea
Fishermen, sir Wilfred Grenfell (1865-1940) se consolidó como médico
misionario y se asentó en una pequeña provincia de las costas de la
península del Labrador, en Canadá, para realizar trabajo social con los
pobladores del lugar; era una zona fría, la mayor parte del tiempo
congelada, que encerraba grandes peligros a los humanos. Para atender a
sus pacientes, que por lo general se encontraban a decenas de kilómetros
de su vivienda, Grenfell se desplazaba en trineo para atender lo más
rápido partos, enfermos graves y niños que manifestaban fiebre.
Un domingo de Pascua de 1908, salió de su hogar para atender una
emergencia, para lo que debía atravesar en su trineo una bahía helada
cuyo hielo se había adelgazado con la llegada de la primavera. A medio
camino la capa superior se desgajó por el peso del trineo y los perros, y
el témpano comenzó a desplazarse al interior del mar.
Esto significaba que para regresar a tierra debía nadar en aguas
heladas, lo que con seguridad le causaría una hipotermia, pero si
permanecía en la superficie se alejaría de la península y tarde o
temprano moriría de sed y hambre. La única ventaja era que el pedazo de
hielo se movía con exagerada lentitud. Grenfell se vio obligado a matar
tres perros para poder beber su sangre y calentarse, y luego utilizó el
resto de la jauría, los amarró, para que formaran una especie de balsa
que le permitiera viajar en dirección contraria. Poco después unos
pescadores lograron salvarlo cuando estaba medio congelado. La clave de
su supervivencia, según contó en su diario, fue el sacrificio de su
equipo. En homenaje a los animales, Grenfell bautizó con sus nombres las
salas del hospital donde trabajaba.
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